La autosuficiencia alimentaria para proteger al país de adversos vaivenes de la globalización sigue estando al alcance gracias a unos recursos naturales que todavía pueden ser rescatados del proceso que los ha puesto a declinar por las desproporciones de la intervención humana a veces de saqueo.
Quedan ríos y bosques defendidos con persecuciones, que deberían ser mayores, a los depredadores y procesos reforestadores por iniciativas públicas y privadas.
Son notables las extensiones de terrenos desaprovechadas que las nuevas tecnologías las harían ingresar a producción, tanto como ha logrado Israel convertir desiertos en vergeles.
Existe ahora más orientación a industrializar el agro y la pecuaria que medio siglo atrás y el país –a la vista de la lista de sus exportaciones- ha avanzado hacia la innovación diversificadora como ha ocurrido, de otro lado, en el renglón de zonas francas.
Lo que en verdad preocupa es que como área de la economía, la agropecuaria no esté recibiendo por sus potenciales la dinámica de atención oficial que merece aunque se pretenda decir lo contrario con fines propagandísticos.
Si solo se destinan a respaldar el campo en este año fondos públicos equivalentes al 2% del Producto Interno Bruto, no se imprime armonía al crecimiento al preferirse los impulsos de desarrollo para áreas como el turismo y otras que hacen crecer consumos urbanos con mayor demanda de alimentos y materias primas, incluyendo maíz y sorgo, de procedencia rural.